LA LEYENDA DE UNA RECOGIDA CAMINO DE MONTORO
Hace al menos unos 60 años un hombre natural de Montoro
venía con su burro de trabajar del campo. Poco después de comenzar su viaje de
regreso se encontró con otro hombre que iba andando. El dueño del burro le
preguntó que para dónde iba y al decirle que se dirigía para el pueblo le ofreció
que se montara con él en el burro.
Poco antes de llegar a Montoro, en un lugar llamado "La Cortaura " el dueño
del burro notó como el hombre que llevaba atrás pesaba más y le estaba hincando
cada vez más las uñas, en el momento en que el dolor de las uñas en su espalda
se hacía insoportable, éste rodeó la cabeza para decirle que no le apretara
tanto. En este momento se percató de que la persona que recogió por el camino
no era la misma que estaba en esos momentos en su burro. Este individuo tenía
unos dientes enormes y de un color verdoso, sus uñas medían al menos 12 cm . y sus ojos eran
completamente rojos, como si estuvieran ardiendo.
El dueño del burro saltó de él y salió corriendo
desbocadamente hacia el pueblo. Estando allí empezó a pedir socorro por todos
los bares del barrio. La gente allí presente lo ignoraban puesto que ese hombre
tenía fama de bebedor. Después de un par de minutos corriendo y gritando
palabras imposibles de descifrar cayó redondo al suelo, dos hombres que estaban
presenciando el acto corrieron a socorrerlo y se percataron de que estaba
sangrando por la espalda. La impresión fue mayor cuando observaron que las
marcas que el hombre tenía en la espalda no podía habérselas hecho ningún ser
conocido hasta ahora.
Pocos días después de lo sucedido cuando ya estaba
recuperado volvió a contarlo pero los habitantes del pueblo seguían sin
creerlo. Un mes después éste falleció por causas desconocidas.
El final de este hombre tiene muchas versiones. Una de ellas
es que desapareció y no se le volvió a ver jamás y la otra la que he escrito
anteriormente, de todas formas, sea una o sea la otra las dos apuntan a que
después de lo sucedido, la vida de este hombre no fue muy bien.
Esta leyenda la he encontrado publicada en Cordobapedia.
LEYENDA DE ESCALERA
Es obvio que para mucha gente de antaño la casería proyectó
siempre una imagen de lugar misterioso y romántico, y probablemente a ello
contribuyera la presencia de las sepulturas de los condes de Villaverde en su
capilla-panteón y la referida lujuriosa vida social que a largo del XIX
desarrollaron sus dueños en las estancias de la casería con el añadido, además,
de aquellos supuestos crímenes. El hecho es que, desde antiguo, proliferaron
historias y leyendas de lugareños y jornaleros temerosos de vivir en las
estancias del cortijo por miedo a ser testigos de fenómenos extraños. Se
trataban de prejuicios que anidaban en la propia imaginación de aquellas gentes
de campo y que narraban a familiares y amigos en las largas noches de invierno.
Evidentemente nada más lejos de la realidad pues hablamos de una de las
creaciones arquitectónicas más bellas del Charco Novillo, ubicada en una alegre
atalaya sobre el valle del Guadalquivir y la campiña cordobesa.
Una de estas leyendas o chascarrillos la oí contar en una
ocasión y la transcribo tal como la escuché de boca de mi interlocutor (8):
“Cuentan que Escalera era una de las caserías más monumentales del Charco
Novillo, cercana al valle del Corcomé. Su nombre se lo debía al apellido de uno
de sus antiguos dueños, pues su construcción databa de muy antiguo,
probablemente de la segunda mitad del siglo XVIII. Pues bien, dicen que hacia
principios de siglo XX era conocida también como la “casería del miedo” por todos
los habitantes del Charco Novillo. Incluso tal fama se había extendido a las
poblaciones de sus alrededores como Montoro, Marmolejo y Villa del Río, por lo
que cada vez resultaba más difícil encontrar caseros que quisieran vivir allí.
Los que iban, tarde o temprano, acababan abandonando el lugar presos del pánico
y la desolación producida por extraños fenómenos ocurridos, al parecer, durante
las largas noches de invierno y de los que no lograban sobreponerse en varios
días.
En cierta ocasión un montoreño que había quedado sin trabajo
y que era dado a presumir públicamente de valiente, haciendo caso omiso a las
historias que se contaban, convino con los señores de Escalera aceptar el
puesto de casero. Se disponía este hombre a desterrar de una vez para siempre
los injustos juicios de las gentes, convencido de que no eran otra cosa que
maquinaciones mal intencionadas guiadas por el ansia de vengarse de antiguas
rencillas con los dueños o capataces de la finca.
Por tanto el valiente casero, del que no ha trascendido el
nombre, cogió al día siguiente sus enseres personales con una surtida provisión
de alimentos y marchó para Escalera en su borrica. Tras descargar los enseres y
llegada la hora de la cena, empezó a preparar una cuartilla de vino y unas
pocas sardinas para cenar. Encendió el fuego, limpió las sardinas y las puso a
asar en la sartén. Estando ocupado en estos menesteres, vio como se acercaba un
gato que merodeaba por allí atraido por el olor de las sardinas y adivinando
las intenciones del felino, cogió presto la paleta y le asestó con contundencia
un paletazo sobre la cabeza. El desdichado animal salió corriendo escaleras
arriba con la cabeza malherida al tiempo que daba agudos “maullidos” de dolor.
Pasado aquel chasco, continuó el casero a lo suyo preparando
sus viandas cuando al poco rato vio bajar de nuevo al gato por las escaleras
pero, esta vez, con su cabeza vendada. Nervioso y con la respiración
entrecortada, tan seguro como estaba de que allí no había más ser racional que
él, empezó a ponerse nervioso y mirando hacia el reloj se preguntó en voz alta:
¿Qué hora será?. A lo que respondió una voz ronca y grave desde las estancias
de arriba: ¡Las diez menos cuarto!...!Pues sepa usted! -contestó el
casero-,¡que a las diez en punto estoy en Montoro!.
Y así marchó de allí, presto y aterrado, aquel valiente
montoreño que nunca más volvió por Escalera ni por las caserías aledañas”.
Fuente: Blog Pasión por Montoro
LEYENDA DE LA TORRE LAS GRAJAS
Del Blog de Pepe Ortiz, Cronista oficial de Montoro
LEYENDA DE LA TORRE LAS GRAJAS
Montoro ha sido considerado en todas las épocas históricas
acaecidas, un pueblo con un gran folklore en torno a leyendas y tradiciones
orales sobre muy diversos temas, entre los que hallamos los referidos a amoríos
infortunados. Aunque el relato de Zoreya y Ben Damider es prácticamente
desconocido para la mayor parte de sus vecinos, es tan sustancioso que puede
ser comparado a otros tan famosos como los desatados en la Peña de los Enamorados de
Antequera y al desafortunado mito de Berta de Luneville.
Esta narración ha sido recuperada gracias a la obra de
Leopoldo Martínez Reguera donde nos detalla, que la casualidad puso en sus
manos un manuscrito prácticamente destruido que narraba el desdichado trance
pasional de Zoreya. La transmisión documental aportada por Reguera nos permite
afirmar que Montoro cuenta con uno de los más viejos y desconocidos relatos
versantes sobre el amor imposible entre una musulmana joven de estirpe noble, y
un muchacho que no reúne las condiciones necesarias que los padres de su
enamorada requerían para su hija.
Zoreya era la hija del gobernador de las fortalezas de
Montoro, Jucef Abumelek, perteneciente a la tribu de los Beni Merines. Esta
joven era una de las doncellas más bellas que moraba en Bayyara, de ahí que su
nombre se puede traducir como lucero del Alba. Ésta se enamoró de Mohamet Ben
Damider, alcaide de un castillejo existente en la localidad, el cual a su vez
quedó prendado de esta muchacha durante el transcurso de una destacada
celebración.
Gracias a este primer contacto y a la obligación militar que
este joven alcaide tenía de rendir novedades a Jucef en las fortalezas
montoreñas, los contactos entre la joven y su amado se hicieron cada vez más
asiduos. Todo fue favorable a Zoreya hasta que Abumelek comenzó a sospechar de
este idilio amoroso.
Hemos de tener en cuenta que en la época tratada los enlaces
matrimoniales se realizaban por intereses políticos y económicos, motivo que
provocó que Jucef concertase con un viejo y opulento, llamado Omar Daffan, los
esponsales de Zoreya. Ni que decir tiene que la damisela no estaba enamorada de
este señor, por lo que entre la actitud negativa que la joven mostraba ante
dicho casamiento y las presunciones de Abumelek de que estuviese enamorada de
otro hombre distinto al convenido, originó que éste ordenase a varios guardias
vigilar constantemente los movimientos de la doncella por las fortalezas,
alcazaba y sus alrededores.
El espionaje dio sus frutos y fueron aprehendidos en uno de
los ángulos solitarios del palacio, lo que provocó el encarcelamiento sin
miramientos de Ben Damider en una de las mazmorras del castillo tras haber sido
duramente castigado. Jucef Abumelek no se atrevió a matarlo por miedo a una
revuelta popular, ya que la gente del lugar lo conocían como Al-Darias, título
en virtud del valor demostrado en innumerables ocasiones.
En cuanto a Zoreya, la encerró en un departamento solitario
de la fortaleza bajo los cuidados de una sirvienta fiel, con objeto de evitar
una más que posible huida. Tras un largo paréntesis temporal sin tener noticias
uno de otro, ganaron la confianza de sus carceleros que, funcionando de
celestinas, facilitaban los encuentros entre Zoreya con Ben Damider. En uno de
estas visitas secretas, la joven confesó al encarcelado su deseo de partir a
tierras lejanas con él puesto que no quería casarse con Omar.
Ambos esperaron pacientemente el momento más apropiado para
llevar a cabo su huida. Zoreya programó la fuga para el día en que su padre se
ausentaría de Bayyara para asistir a una reunión con el Califa de Al-Andalus.
Pero cuando todo aprecia ir perfectamente, el viaje fue suspendido cuando ellos
estaban realizando su escapada. Cuando Abumelek se percató de la falta de su
hija y de Damider, envió rápidamente una patrulla al Castillejo conocido del
Alkaid donde moraba el destituido alcaide, ya que dieron por echo que Zoreya y
a su amado no partirían sin coger antes algo de ropa y de dinero.
Ambos esperaron pacientemente el momento más apropiado para
llevar a cabo su huida. Zoreya programó la fuga para el día en que su padre se
ausentaría de Bayyara para asistir a una reunión con el Califa de Al-Andalus.
Pero cuando todo aprecia ir perfectamente, el viaje fue suspendido cuando ellos
estaban realizando su escapada. Cuando Abumelek se percató de la falta de su
hija y de Damider, envió rápidamente una patrulla al Castillejo conocido del
Almaid donde moraba el destituido alcaide, ya que dieron por echo que Zoreya y a
su amado no partirían sin coger antes algo de ropa y de dinero.
Una vez que fueron apresados, Abumelek quiso matar a su hija
por impura y a su raptor por villano. Pero en un descuido los enamorados
escaparon de sus perseguidores y comenzaron a correr por las numerosas
habitaciones del Castillejo hasta que penetraron en una que cerraron desde su
interior. Al llegar el padre de Zoreya y su séquito ante la puerta del aposento
donde estaban refugiados, Abumelek endureció su corazón y lleno de crueldad les
manifestó: “… Es vano que abráis. Permaneced tan unidos como es vuestro anhelo.
Lo he pensado mejor y os juro complaceros hasta el extremo de no consentir que
os apartéis ya más en vida, ni en muerte…”.
Así que tras estas palabras, mandó aherrojar la puerta y
abandonar la torre, dirigiéndose a su morada donde no se volvió a hablar de lo
sucedido, por miedo a las represalias de este fiero y cruel gobernador. Este
aislamiento extrañó a los moradores del lugar, ya que este edificio cambió de
estar constantemente atendido por el personal de servicio a ser una torre
lúgubre y abandonada.
Tras numerosos días, los habitantes vieron sobrevolar un
cuervo por los altos del castillo de Almaid, el cual atrajo a otros tantos
grajos que entraban y salían por una de las ventanas superiores de la torre.
Con el paso de los años, llegó el momento de rehabilitar y poner en valor el
edificio para la defensa del municipio en la Reconquista , hallando
en su interior a dos esqueletos fundidos en un abrazo.
La difusión de esta historia en época medieval fue más que
suficiente para que la calle que discurría próxima a la torre donde acaeció
este malogrado suceso se conociese por aquel entonces, y se siga manteniendo la
denominación de calle de las Grajas. El lugar que ocupaba dicha fortificación
ha sido desconocido durante siglos, hasta que uno de los últimos artículos
sobre Montoro, viene a ubicar el baluarte en el lienzo murario que discurriría
desde el conocido Portillo de Santiago hasta la parte baja de la calle Marín.
Sabemos que en el siglo XVII este recinto fue reutilizado por Antón Sánchez
Madueño como criadero de palomas, siendo conocido el lugar por los montoreños
como el palomar de la Torre
de las Grajas:
“... Sepan como yo Gonzalo Fernández Polo vecino de la villa
de Montoro, otorgo y conozco por esta presente carta por mis herederos y
suzesores que vendo y doy en venta rreal por juro de heredad de agora para
siempre xamás a Antón Sánchez Lechina, pescador el mozo, vecino desta villa,
unas cassas de morada que yo tengo por mis bienes en la villa en la calle del
mantelero linde casa de Bartolomé Ruiz Serrano y cassas y palomar que dizen de
la torre de las Grajas ...”
En el siglo XIX se sabe que aún perduraban nidos de zuritos en un
palomar propio de don Felipe Rosellón, sobre las ruinas de un antiguo reducto
defensivo, localizado próximo a las callejuelas y sobre la mina de Pedro, el
fraile.Del Blog de Pepe Ortiz, Cronista oficial de Montoro
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